Por Caludio Destéfano

Cuando a fines de los 1800 los ingleses diseminaron el fútbol por todo el mundo, tampoco imaginaron que sus aliados históricos, los estadounidenses, por más poderosos y grandes que fueran, iban a reaccionar tan tarde en convalidarles el modelo de deporte atractivo y popular. 

Hasta los años ’90, el “soccer”, como los gringos definieron a los once de cada bando que van detrás de una pelotita, sólo se movía en el circuito universitario, y los principales impulsores eran los latinos. A la hora de generar rating y millones de dólares en derechos televisivos, patrocinio y merchandising, el espectador americano se concentró en el poker de deportes profesionales integrado por el fútbol americano, básquet, beisbol y hockey sobre hielo. Un capítulo aparte, rentables pero de nicho, son las disciplinas olímpicas y las actividades bizarras que rozan lo deportivo y generan grandes espectáculos, como la competencia por levantar una camioneta con una mano o el ranking de “fondo blanco” de chopps de cerveza o cuanto popcorn se come en una hora. 

Pero el fútbol propiamente dicho, el soccer, quedó encasillado para estudiantes luego del fracaso que tuvo el intento de la Warner Communications en generar una revolución en el soccer con la creación del New York Cosmos. “El equipo de Bugs Bunny”, como se lo denominaba, nació en 1971 con la NASL (North American Soccer League) en pleno crecimiento, Steve Ross, presidente de Warner, intentó llevar al fútbol a la altura de la MLB (beisbol), NBA (básquet), NFL (fútbol americano) y NHL (hockey sobre hielo). Apostó a un equipo plagado de estrellas al borde del retiro. Empezaron por Pelé. En 1975, el brasileño estaba retirado, pero una oferta de la Juventus le hizo pensar en un posible regreso y el contrato de oro que le ofreció el Cosmos terminó de inclinar su decisión de retornar a las canchas. “En Italia vas a conquistar una liga, acá vas a conquistar un país”. Con esas palabras Ross convenció a O’Rey, quien se convirtió en la nueva estrella de New York. Un año después llegó el italiano Giorgio Chinaglia, y 1977 sería el año de la gloria para el equipo, pues Franz Beckenbauer y Carlos Alberto llegaron para ganar todo. Lograron el título de liga cuatro años consecutivos, además de obtener siete Campeonatos de División y tres Copas Transatlánticas. Pero el retiro de Pelé había marcado el comienzo del declive para la franquicia. El primer gran cachetazo para Ross y su poderosa billetera lo provocó Johan Cruyff. El holandés estaba gastando sus últimos cartuchos y fue tentado por el club neoyorquino, pero finalmente se inclinó por LA Aztecs primero y más tarde por Washington Diplomatics. ¿La razón? El Cosmos hacía de local en el Giants Stadium, que tenía césped sintético, y al holandés le gustaba lo tradicional del pasto natural que le ofrecían en Los Ángeles. En 1984 la NASL se desmoronó arrastrando inexorablemente al Cosmos, que continuó durante una temporada más compitiendo en una liga de fútbol indoor hasta desaparecer definitivamente en 1985, y volvió luego a MLS con patrocinio en su camiseta de Emirates, línea aérea que sponsorea a muchos de los grandes equipos del mundo.

Sin embargo, cuando parecía una causa perdida el fútbol en Estados Unidos, hubo tres hechos que le permitieron el relanzamiento. El primero, bien out of the box, como le gusta decir a los académicos de Harvard, Chicago, Wharton, Columbia o Yale para graficar una situación que no aparece en los libros, fue la aparición de Mia Hamm en los campos de juego. 

Mariel Margaret Hamm​ nació el 17 de marzo de 1972 en Selma, Alabama, y tras jugar diecisiete años con los colores de la selección femenina de fútbol de los Estados Unidos (salió dos veces campeona del mundo y dos veces campeona olímpica) es considerada la mejor jugadora de todos los tiempos. 

No fue casual que Mia Hamm fuera una de las embajadoras de Nike, pues la marca de la pipa (o “swoosh” como se lo conoce técnicamente) fue el segundo de los tres pilares que le dio revancha al soccer luego del intento fallido del New York Cosmos. La empresa nació en Oregon en 1964, pero recién en los años ’90 se dio cuenta que, pese a que el fútbol no prendía en su país de origen (la prueba de ello fue que la indumentaria que vistió al Cosmos de Pelé fue la por entonces inglesa Umbro), era un mercado que no podía desatender si quería salir de las fronteras de la bandera americana. Apuntalado por Mia Hamm en el mercado local, y por la selección estadounidense en el Mundial USA 1994 (aquí está el tercer pilar que sustentó lo que vino después), Nike tomó un atajo para salir a pelearle, e incluso ganarle en muchos años, la supremacía de venta de indumentaria futbolística al eterno Adidas. El atajo de la empresa creada por Phil Knight y Bill Bowerman fue “comprar historia” con clubes como Barcelona, Inter de Milán, Juventus, Manchester United, Corinthians, Boca o París Saint Germain, y selecciones como, por ejemplo, la de Holanda o Brasil, además de jugadores estrella como Ronaldo, Ronaldinho o Cristiano Ronaldo que le dieron penetración absoluta en el mundo entero.   

Hasta ahí todo suena bastante obvio, casi “de manual”. Lo inesperado vino después, y está sucediendo ahora, con el desembarco en la ahora bien organizada MLS de varias figuras “a lo Cosmos” (futbolistas a punto de reitirarse, como inicialmente David Beckham o Tití Henry, y ahora Wayne Rooney, David Villa, Frank Lampard o Zlatan Ibrahimovich), pero también jugadores y entrenadores vigentes (el tata Martino, ex DT de la selección argentina y el FC Barcelona), que se suman a alguna de las 23 franquicias de la Major League Soccer, la principal liga del sistema de ligas de fútbol de los Estados Unidos y Canadá. 

Hoy, la de Estados Unidos es una plaza muy atractiva por su organización, los ingresos que perciben los futbolistas, y porque los clubes del mundo empezaron a plantar bandera con franquicias. El pionero fue el Chivas de Guadalajara, que creó un equipo en Los Angeles para aprovechar la cantidad enorme de compatriotas que están radicados en ese estado americano. Pero después se produjeron compras de franquicias, como la del New York City, que fue creado en 2013 por los New York Yankees (beisbol) y que ahora pertenece al Manchester City (dueño en Uruguay del Torque), o el de New York Red Bull, que también tiene naming en un equipo de Leipzig y otro de Salzburgo. 

Gracias a Nike, a Mia Hamm y a la organización de un Mundial, (y es justo reconocer que alguito que ver tienen los de la Warner que apostaron por Pelé), una plaza cerrada para cuatro deportes se abrió a un quinto, donde ahora los del Viejo Continente salen a conquistar creando academias (FC Barcelona), haciendo pretemporadas y poniendo en tiendas camisetas de sus principales clubes. Lo que no pudieron los ingleses a fines de 1800 lo logró el sportbusiness, la televisión, los medios y las redes sociales en el Siglo XXI. Estados Unidos, el mercado (consumidor serial) menos pensado. No faltará mucho para que, en la incipiente industria del “turismo deportivo”, los paquetes también incluyan al país que hoy conduce un tal Donald.