La tecnología nos cambió la vida de mil maneras distintas en la cotidianidad de cada día. 
Desde la forma en que vemos nuestras series preferidas en Netflix, hasta comprar una entrada de cine por internet. 

También creó tendencias a las que nos fuimos adaptando casi sin querer, para terminar aceptándolas como algo propio de esta nueva vida de un futuro que ya llegó, dejando atrás el reloj teléfono de Dick Tracy o el zapatófono del Súper Agente 86.
Así de la mano de internet nos encontramos conversando y viéndonos con amigos que están del otro lado del mundo, o informándonos en línea de lo que pasa a miles de kilómetros de distancia, y de esta manera todos los días aparecen plataformas que pretenden hacernos más fáciles la vida.

Hoy lo nuevo son los sitios o aplicaciones en donde un particular ofrece algo para vender o un servicio para dar y otro particular lo compra eliminando a los intermediarios. Es la nueva “economía colaborativa”, que le dicen. ¿Lo quéeee?

Vayamos un poco a las raíces y busquemos de qué se trata. Según los expertos analistas del tema “la economía colaborativa es aquella que se construye sobre redes distribuidas de comunidades o individuos conectados entre sí, como alternativa a las instituciones centralizadas”. ¿Se entendió? ¿No? Bueno, sigamos.

Esto significaría poner el foco al intercambio entre particulares permitiendo que cualquiera pueda compartir, intercambiar, prestar, alquilar, regalar, vender y comprar bienes o servicios gracias a la velocidad y amplitud de contactos que hoy nos genera internet.  

El revuelo que generó Uber hace unos días en la ciudad de Buenos Aires hizo que mucha gente comenzara a entender cómo funciona este fenómeno que no tiene nada de nuevo, se llama trueque. Porque en definitiva no es más que eso: un trueque, una acción que ahora tiene un alcance exponencial porque se genera desde el mismo momento en que una aplicación puede estar en los teléfonos móviles. 

Por ejemplo, alguien puede llevar a personas en su auto de un lugar a otro y recibir a cambio otro bien, en este caso dinero mediante tarjeta de crédito o débito. Esto es Uber. En el caso de Airbnb alguien presta su casa a cambio de un pago en metálico. 

De esta manera ya existen cientos de casos de plataformas que eliminan la intermediación y regresan a la gente a los orígenes del intercambio de bienes y servicios entre personas. Más o menos como cuando en las plazas del pueblo se intercambiaba sal por verduras frescas, o una cesta por una manta tejida. 

En aquella época no participaba el Estado porque eran convenios entre personas, pero la famosa modernidad aplicó viejas fórmulas sobre nuevas tecnologías, y los usos y costumbres comenzaron a ser más sofisticados y necesitados de una legislación que los enmarque en un contexto de legalidad. Porque no es lo mismo un chofer particular que uno profesional, como tampoco lo son las medidas de seguridad que se observan en una casa a las que se exigen en un hotel; y cuando de personas se trata todos los recaudos que genera el Estado para su protección deberían replicarse en los nuevos negocios que la tecnología ha permitido desarrollar.

La economía colaborativa llegó para quedarse, es un fenómeno global que difícilmente vaya a desaparecer, pero dentro de la ley, como debe ser.