La historia de la aviación civil está repleta de hitos que siempre han marcado el comienzo de nuevas etapas.
En 1927, el piloto Charles Lindbergh cruzó el Océano Atlántico piloteando el aeroplano Espíritu de San Louis, y si bien los libros lo recuerdan como el primer vuelo que unió el nuevo con el viejo continente, ya en 1922 los portugueses Gago Coutinho y Sacadura Cabral, habían hecho la ruta Lisboa-Río de Janeiro y cuatro años más tarde, el español Ramón Franco, volando el hidroavión Plus Ultra, había unido con escalas Palos de la Frontera con Buenos Aires.
Cada uno de estos exitosos proyectos pretendían mostrar las ventajas de volar y el futuro promisorio que le esperaba a la industria aeronáutica.
Desde aquel momento, hasta el día de hoy, los avances en las máquinas de volar se produjeron sin solución de continuidad, haciendo del acto de viajar por el aire una acción cotidiana en sí misma.
La semana pasada la última creación de los ingenieros de Boeing sufrió un duro revés cuando la FAA, -Federal Aviation Administration- por sus siglas en inglés, ordenó que todos los B787 Dreamliner suspendieran sus vuelos en el mundo entero.
Los aviones más modernos de la aviación comercial fueron obligados a quedarse en tierra hasta tanto se descubra cómo evitar que las fallas registradas en distintos vuelos y momentos vuelvan a repetirse.
A pesar del temor que estas medidas infunden, es gracias a ellas que volar continúa siendo la forma más segura de trasladarse de un punto a otro del globo.
Es verdad que el B787 es el producto de una larga y difícil tarea de investigación y diseño, que concluye cuando el avión más liviano, con gran alcance y confort y, fundamentalmente, más ecológico del mundo, se incorporo a ANA Airways, la primera aerolínea que lo adquirió y comenzó a cubrir la ruta Okayama e Hiroshima dentro de Japón y Beijing y Frankfurt en rutas internacionales, pero no es menos cierto que los tres años de retrasos en su construcción pusieron un manto de dudas sobre la continuidad del proyecto.
Algunos deformadores de opinión ya pretenden que se cancele su fabricación, otros que vuelva a la etapa de experimentación y los más cautos opinan que en breve volverá a volar. Como corolario final debemos reconocer que si bien ha habido aviones más exitosos que otros en la historia de la aviación comercial, ninguno salió de fábrica autorizado a volar con pasajeros con fallas de origen conocidas por sus ingenieros.
El B787 Dreamliner no es la excepción, pero deberá ganarse el respeto del público nuevamente, y Boeing deberá despertarse rápidamente de esta pesadilla para que sus clientes no cancelen sus más de ochocientas órdenes de pedido.

Por Manuel Sierra

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