La mayoría de los gobiernos provinciales ven al turismo como una actividad de segundo orden que se desarrolla básicamente en la ciudad más visitada de su provincia y con poca incidencia en el resto de su territorio.
Poco hacen los gobernadores por descubrir nuevos polos de atracción turística y en muchos casos los secretarios de turismo, por ellos nombrados, no son escuchados a la hora de tomar decisiones importantes para incentivar el desarrollo de potenciales centros turísticos.
Catamarca es el ejemplo más actual de esta política de ignorancia turística y seguramente lo lamentará antes de terminar su gestión.
La provincia cuenta con uno de los potenciales turísticos más importantes del norte argentino. Posee lugares de una belleza natural muy particular, únicos en el mundo -como Antofagasta de la Sierra-, y en ella todo está por hacerse.
Su gobernador fue oposición del gobierno en las últimas elecciones provinciales -donde venció al candidato kirchnerista y a Barrionuevo- y, según deja saber a la hora de tomar decisiones, hace más de un año que no recibe los beneficios de la coparticipación federal, con lo cual su provincia se ve empobrecida.
La falta de lluvias en la región tampoco auguran en el futuro cercano que el trabajo de la vid y los olivos pueda abastecer a la mano de obra desocupada en la provincia; y las tan mentadas regalías del oro no son tan grandes como para asegurar el bienestar de la población catamarqueña por mucho tiempo.
A pesar de ello, Brizuela del Moral decidió suspender la escasa, pero indispensable, promoción turística de la provincia en el ámbito nacional e internacional como una forma de ahorro y provocando el malestar de la actividad privada, que vio disminuir rápida y abruptamente la llegada de turistas.
Escudado en la necesidad de priorizar el pago de los sueldos de los empleados provinciales, el gobernador Brizuela del Moral, desprotege a la poca actividad turística privada que se mantiene en la provincia, tal vez desconociendo que no sólo los hoteles viven del turista.
La gestión de la Secretaria de Turismo, Catalina Krapp, se ve así desdibujada ante la decisión del gobernador Brizuela del Moral, ya que al no contar con los escasos fondos que tenía para la promoción, Catamarca volverá a desaparecer del mapa turístico argentino. Si bien dicha participación es pequeña, la secretaria Krapp con muy pocos recursos había logrado instalarla como una opción a tener en cuenta por sus vinos, sus aceites y fundamentalmente la altura de sus cerros, los Seismiles. La importante presencia en los suplementos de turismo de los grandes diarios nacionales así lo demuestra.
Los empresarios catamarqueños por su parte -liderados por hoteleros y gastronómicos de la oposición- tampoco aciertan con sus desmedidos reclamos ya que, como casi todos los empresarios del interior del país, pretenden que los funcionarios provinciales les acerquen a los turistas hasta la puerta de sus propios establecimientos. Un mal recurrente y de escasa visión comercial.
La actividad requiere que cada uno ocupe su puesto, y el de los privados no se agota en la simple queja, también debe propiciar un diálogo sin egoísmos que impulse medidas para favorecer el desarrollo económico de la región.
Ese diálogo en Catamarca está roto desde hace tiempo por cuestiones que van más allá de la gestión pública de los funcionarios de turno.
El turismo debe romper las barreras ideológicas, porque la actividad en su conjunto no tiene banderas políticas provinciales o nacionales.
La industria turística es una actividad económica que rápidamente se transforma en trabajo, en obras, en desarrollo social y cultural para los pueblos y también en recaudación impositiva.
Muchos gobernadores, aunque sean opositores al gobierno de turno, a esta altura deberían saberlo.

Manuel Sierra
msierra@mens