¿Qué morbo ancestral o sentimiento de empatía se despierta en los seres humanos que hace que cada desastre, catástrofe o accidente sea tan atractiva y ocupe, al menos momentáneamente, grandes porciones de nuestra atención? Esta “fascinación” por este tipo de acontecimientos poco a poco ha invadido al turismo. Tanto empresarios, como algunos gobiernos, ni lentos ni perezosos, han visto la clara oportunidad de obtener importantes réditos económicos de la fuerte atracción que muchos sienten ante el “después” de las situaciones límites.
Tal vez sea porque cuando uno pisa un lugar que ha vivido un suceso de gran magnitud (sin importar la razón por qué lo sea) siente una corriente energética diferente al saber que ese mismo suelo, esas paredes, fueron testigos de hechos que son parte de la historia grande de la humanidad.
Sin una razón aún clara, o que al menos pueda ser develada por el Turismo y no por la Psicología, el hundimiento de una embarcación en la orilla de la isla toscana de Giglio, en Italia, ha reavivado el interés por los grandes accidentes. En pocos días, el turismo en el destino aumentó un 200 por ciento para poder presenciar en vivo y en directo al gran buque varado en la costa.

Revivir la acción y el drama

Dentro de este “turismo del morbo” cumple un papel destacado el que recorre y resucita antiguas batallas y guerras, capaces por su poder histórico de mover personas entre continentes.
El campo de concentración de Auschwitz, en Polonia, es tal vez uno de los sitios vinculados a un enfrentamiento bélico (la II Guerra Mundial) más visitados y de mayor renombre. Como si de un parque temático se tratase, más de un millón de turistas visitan año a año lo que es uno de los mayores símbolos de la violación de los derechos humanos. Ana Frank, famosa por su diario íntimo que reveló las persecución que debió soportar el pueblo judío, el escritor italiano, Primo Levi, el ex-presidente de Polonia, Jósef Cyarankiewicz y el pionero del periodismo gráfico, Erich Salomon, entre otros integrantes de la colectividad judía, estuvieron presos o perecieron en ese claustro que no deja de atraer visitantes.
Fue el mayor centro de exterminio de la historia del nazismo, donde se calcula que fueron asesinados entre 1,5 millones y 2,5 millones de personas, la gran mayoría de ellas judías, además de eslavos, prisioneros de guerra, entre otros, además de medio millón que perecieron a causa de las enfermedades y el hambre. El 2 de Julio de 1947, el parlamento polaco ordenó la fundación del Museo de nombre homónimo en varios edificios antiguos del campo de concentración, un lugar de visita obligatorio para cada turista que pasa por la zona.
Las costas de Normandía, famosas por el desembarco aliado conocido como el “Día D” (6 de junio de 1944), es otro de los destinos turísticos que remiten a la Segunda Guerra Mundial. Si bien las playas del destino ofrecen una gran belleza natural, la cantidad de visitantes que reciben es mucho mayor. Es que allí aún se conservan lo que en el ’44 fueron antiguos bunkers que plasman en su interior los caminos y las diferentes ofensivas utilizadas durante el combate. De la misma manera, las playas mantienen los nombres que les fueron otorgados: “Utah”, “Sword”, “Omaha”,“Juno” y “Gold”. En ellas, y a lo largo de toda la bahía, todavía pueden apreciarse las trincheras y alambradas, pero también destacan cientos de monumentos en memoria de los caídos y la gran cantidad de museos que proporcionan variada información sobre lo sucedido.
Vietnam es un destino que continuamente atrae a los ex-combatientes norteamericanos de la guerra (1964-1975), que hacen cola ante la entrada de los famosos túneles de Cu Chi, mientras que en Mostar, Bosnia, grupos de turistas “disparan” foto tras foto de los edificios en ruinas que quedaron sin restaurar en las afueras de la ciudad.
Y España no se queda atrás. La Guerra Civil ha dejado zonas significativas para ese momento tan fundamental para la historia ibérica, como la “Ruta de las Trincheras” de Sarrión (Teruel) o la “Ruta Orwell” en Alcubierre (Huesca).
Mostar, por su parte, es una de las ciudades más importantes de Bosnia-Herzegovina. La misma importancia tuvo al ser uno de los escenarios protagonistas durante el conflicto armado que en la década del ’90, y hasta hace poco, generó extremo terror en gran parte de los Balcanes.
Sólo con pasear por sus calles, se observa la herencia bélica ya que poco se ha podido reconstruir hasta el día de hoy. De esta manera, como si se tratara de lo más normal del mundo, es posible estar cenando en una calle y comprobar que a nuestro alrededor todos los edificios tienen marcas de disparos y daños a causa de las bombas, y que a pesar de eso siguen siendo la vivienda de muchos bosnios.
Los comerciantes locales intentan explotar ese morbo de los turistas que llegan a Mostar. Un souvenir para nada estrafalario puede ser una máscara de gas utilizada durante la guerra. Y los cementerios, diseminados por toda la ciudad, casi forman un circuito turístico aparte ya que son parte importante del paisaje local.

En busca del hombre radioactivo

Hiroshima, en Japón, fue uno de los ataques más devastadores dentro del contexto de la II Guerra Mundial. El 6 de Agosto de 1945, a las 8:15, la ciudad de 420.000 habitantes, fue destruida por la primera bomba atómica utilizada por el hombre. Hoy el Museo de la Paz local guarda como reliquia un amarillento reloj que quedó marcando la hora exacta del estallido del artefacto nuclear, como si allí el tiempo se hubiese congelado en ese momento.
Inaugurado en 1955, el museo ha recibido más de 53 millones de visitantes, con un millón de turistas que acuden cada año, más por la posibilidad de recorrer las derrumbadas calles apreciando las estructuras desnudas de edificios destruidos, que por el museo en sí. Entre el panorama desolador se destaca la Cúpula Genbaku, anteriormente dedicada a exposiciones, de la cual quedaron solamente sus paredes de hormigón y armazón de acero. También la Fuente del Rezo es otro lugar de culto en este destino, ya que conmemora a los caídos que murieron gritando “¡agua, agua!”, bajo un manto de lluvia ácida.
En el marco de los desastres nucleares, Chernobyl es el más famoso. De ninguna otra manera, más que por el oscuro atractivo del impacto del accidente y de una “ciudad fantasma”, se justificaría la visita a uno de los lugares más inhóspitos de la tierra, la zona de exclusión que rodea a la central nuclear que abrió sus puertas para mostrar al mundo su panorama apocalíptico y también demostrar que Ucrania “ya no es una amenaza nuclear” para el mundo. El momento era el adecuado, ya que en 2011 se cumplieron 25 años del accidente, y fue coincidente con los problemas que atravesó la planta japonesa de Fukushima que pusieron durante semanas en vilo al mundo. Aunque poco después se cancelaron, quedando sólo habilitado el ingreso a científicos y prensa, generando reacciones adversas ya que “el negocio con el turismo a Chernóbil da sencillamente mucho dinero”, decía una agencia de viajes de Kiev en ese momento.
El Ministerio de Protección civil se mantiene determinado a mantener el turismo y para ello está negociando con el servicio secreto, el Ministerio de Sanidad y otras autoridades.

El morbo vende

Aunque al comienzo de la nota procurábamos no indagar en un campo que no sea el del turismo, quienes defienden a este “turismo de la desgracia” o “turismo oscuro”, desde una percepción más psicológica explican que más que más allá de ser una moda o tendencia visitar lugares asociados con el  infortunio, elegir vacaciones de este tipo pueden tener un fuerte arraigo en subconsciente del individuo que intenta confrontar la inevitabilidad de la muerte.
Por la razón que fuere, no es algo nuevo que el drama tiene su público asegurado, sin importar el ámbito del que se trata. Desde la prensa amarilla de Pullitzer y Hearst en adelante, sabemos que el morbo vende, sea éticamente cuestionable o no, y el turismo no es ajeno.

La Zona 0
Los atentados también saben atraer visitantes. Tal vez el más famoso, por su cercanía en el tiempo, por el impacto mediático y por el significado histórico que cobró rápidamente, sea el de los atentados terroristas a las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001. Hoy, la llamada Zona Cero, en Nueva York, donde se erigían los descomunales edificios, se convirtió en meca del turismo. Conmemorando la tragedia del 11 de Septiembre, representa uno de los capítulos más devastadores de la historia de los EE.UU. y es continuamente visitada por los turistas llegados de todo el mundo. Por eso, en la zona, no es extraño ver fotos, notas conmovedoras, flores, velas, dibujos e incluso banderas estadounidenses.

Hasta los gobiernos
A veces, son las mismas autoridades de un país que promueven la visita a un lugar castigado por la naturaleza para que de la mano del turismo el destino pueda salir de la situación crítica en que se encuentra. Cuando las lluvias torrenciales afectaron a Cuzco imposibilitando el acceso a Machu Picchu a comienzos del año 2010, se lanzó la campaña “Cuzco pone” la cual incentivó a que todos los hoteles, líneas aéreas locales y agencias de viajes en general, bajaran sus precios al público en un 50 por ciento y motivaron a conocer nuevos atractivos turísticos en la zona, con la finalidad de mantener la cantidad de turistas que llegaban diariamente a ver su mayor atractivo turístico.
El gobierno de la República Popular de China también ha trabajado en incentivar a turistas para que visiten diferentes zonas que fueron arrasadas por el terremoto que azotó Yunnan en 2009. El programa se denominó “Turismo de Desastres”, y tenía por fin generar subsidios para las zonas damnificadas.  

Las huellas de la naturaleza
La erupción del volcán Vesubio, el 24 de Agosto del 79 DC, sepultó debajo de un manto de ceniza ardiente la ciudad de Pompeya junto a sus habitantes. Hasta hace poco más de 50 años, la ciudad que se vio repentinamente debajo de una “lluvia de fuego” era visitada únicamente por especialistas, como arqueólogos, historiadores, arquitectos y fanáticos de la cultura romana. Sin embargo, datos recientes indican que esta tendencia ha cambiado. Sólo en 2007, por ejemplo, 2.571.725 turistas decidieron visitar las ruinas y retroceder veinte siglos en la Historia y ver los “calcos” que quedaron de los cuerpos humanos y animales, que muestran perfectamente su silueta en el momento de su fallecimiento. Sus calles también impresionan, perfectamente delimitadas, de adoquines, que aún conservan huellas de carruajes.