“Vienen hoteles flotantes, restaurantes flotantes, teatros flotantes, diversión flotante, visitan los países para dejarles la basura, las latas vacías y los papeles por unos cuantos miserables centavos” (sic), palabras del líder cubano Fidel Castro en 2005 acerca del negocio de los cruceros en el Caribe.
A pesar de esta casi declaración de principios de Castro, el lunes 2 de mayo de 2016 quedará en el recuerdo de miles de cubanos que fueron testigos de la llegada del primer crucero norteamericano casi 40 años después de la prohibición ejercida tras la administración Carter. 
En estos 40 años el mundo cambió de la mano de la globalización y la tecnología; y los viajes y el turismo, como casi todos los sectores económicos, fueron parte de ese cambio. En ese contexto Cuba hace tiempo que viene trabajando para insertarse en el nuevo mundo, aunque sin saber aún cuál será el costo que deberá pagar por formar parte de él.
Hoy el gobierno cubano está al tanto que los viajes en crucero representan una rápida fuente de ingreso a las arcas del Estado, pero sabe también que eso sin dudas implicará modificar hábitos que vendrán de la mano de las empresas extranjeras, adaptadas fundamentalmente a los usos y costumbres del pasajero foráneo.  
El domingo 1 de mayo el Adonia, un crucero de la compañía Carnival que transporta sólo 710 pasajeros, inició el primero de los viajes programados para este año por la naviera, para recorrer las ciudades de La Habana, Cienfuegos y Santiago de Cuba.
Mientras tanto, la capacidad hotelera de la capital cubana, está siendo desbordada por la llegada de turistas de todo el mundo que quieren ser parte de este momento histórico de apertura de la isla, se produce otro hecho trascendente porque varios cubano-americanos han podido sortear la prohibición de visitar su país y ahora han vuelto a la tierra que los viera nacer. Quién lo hubiera dicho, no? 
Si el turismo derriba fronteras esta es una oportunidad inmejorable para demostrarlo.