La semana pasada dos noticias absolutamente diferentes colisionaron en los ánimos del inconsciente colectivo nacional, hasta el punto de volver a marcar claramente el alcance de la ya famosa grieta que sufrimos los nacidos en estas tierras.
La primera de ellas fue el fallecimiento del líder cubano Fidel Castro, una figura que a lo largo de la historia ha desarrollado amores y odios en el mundo entero, pero que bajo ningún pretexto debería ser motivo para exacerbar los sentimientos de los argentinos. 
Nuestro país ha estado emparentado con el pueblo cubano, no sólo por la figura de Ernesto Che Guevara, sino también por un sinnúmero de vínculos políticos y sociales entre los que destaca el turismo. Una actividad que se desarrolla a partir de la creencia de que la paz es el condimento indispensable para que un lugar se convierta en un destino turístico, y para el turista argentino Cuba es un destino turístico más allá de su condición política, ¿o no? Vale recordar que el tráfico turístico hacia Cuba comenzó a inicios de los 80s y se incrementó tras la llegada de Cubana de Aviación en el 85, y los charters en los 90’s, hasta convertirse hoy en uno de los principales destinos vacacionales de los argentinos. 
Suponiendo que el fenómeno de las redes sociales refleja el pensamiento de las masas, lo que hemos podido leer y escuchar en estos días ha mostrado lo mejor y lo peor de ese pensamiento vernáculo. Desde el hombre común hasta importantes opinadores, pasando por gente de la cultura y la política, las opiniones vertidas muestran claramente la extremidad en cada discusión planteada.
De igual manera sucedió con los resultados del equipo argentino de Copa Davis en Zagreb, donde, a partir de la pérdida del punto del dobles, el día sábado, otros tantos opinadores profesionales comenzaron a denostar a los jugadores argentinos con conceptos tan duros como el hecho de decir que no querían ganar la Copa o que estaban comprados para perder. La defensa fue tan férrea como los ataques, y al día siguiente muchos de aquellos que los maldecían fueron los primeros en alabar el coraje del equipo nacional que, después de décadas de frustraciones, lograba alzar la tan deseada “ensaladera de plata”. 
El ser argentino, que antes nos mostraba como un pueblo amigable y pacífico, está mutando a una nueva caracterización, donde la bronca y la falta de paciencia parecerían ser nuestra nueva imagen.