Durante la década ganada, perdida o transcurrida -marque lo que corresponda a su criterio el caro lector-, el turismo ha progresado en los discursos políticos, tanto oficiales como opositores, hasta llegar a ocupar una parte importante de las campañas políticas vernáculas y, en vísperas de entrar en campaña electoral, los candidatos no dejarán de utilizar el recurso con el fin de convencernos de su propuesta electoralista.

Si bien Argentina históricamente ha ostentado la calificación de país turístico por sus bellezas naturales, las mismas no alcanzaban los estándares internacionales por falta de infraestructura y servicios. Hoy nuestro país muestra un desarrollo en ambos sentidos que en muchos casos se ha convertido en modelo para otros países.
Pero para que estos parámetros se mantengan será imprescindible mantener la voluntad política, esa voluntad política que permite a los funcionarios incursionar en el desarrollo de nuevos destinos o atracciones turísticas que atraen nuevos turistas y gastan dinero en sus terruños. Si esta voluntad política desapareciera correríamos el riesgo de perder todo el terreno ganado.

Podemos estar de acuerdo, o no, que en otros aspectos la administración K no ha mostrado la misma eficacia, pero nadie puede negar que el sector turístico ha recibido en estos 10 años más atención de este gobierno que de ningún otro.

Mientras tanto, la actividad privada ha acompañado a la gestión pública en más ocasiones de las que quiere reconocer, creyendo en el potencial del negocio turístico y descubriendo que la respuesta del turista ha permitido que nuevos y buenos negocios se crearan allí donde antes no había nada.  

El turismo ha cobrado importancia en los discursos políticosporque hoy sus números se reflejan contundentemente en la economía de nuestro país y ningún político debería dejar afuera de su Plan de Gobierno a un sector que, más allá del momento histórico que se viva, es una fuerza generadora de recursos que moviliza las economías regionales.

Y ahí es donde las palabras volcadas en los discursos deben cobrar valor y no quedar sólo en palabras que nos endulcen l