Aunque aún no nos hayamos dado cuenta, el 1 de febrero comenzó una nueva etapa para todo el comercio argento. Buscando transparentar los precios de los productos y servicios, sean estos tangibles o intangibles, se eliminaron los planes de financiación sin interés. La medida, que  debería gozar con el beneplácito de todos, permitiría alcanzar valores mucho más reales a la hora de pensar en qué gastar nuestro peculio, y seguramente, haciendo rendir más el dinero del hombre común.
Sin embargo, a pocos días de ponerse en práctica esta política de transparencia de precios el resultado no podría haber sido más catastrófico, desde la incertidumbre hasta “el aumento por las dudas”, todo pudo suceder y ante eso el comprador modera urgentemente sus intenciones de adquirir bienes o servicios.
También mágicamente el hombre común comenzó a descubrir que si pagar en efectivo tiene un menor costo, el precio histórico de muchos productos ya cargaba sobre sus espaldas algún tipo de  interés que permitiera a los planes de cuotas ofrecer cero incremento al final de la operación financiada. O los bancos ¿de que viven? ¿Se entiende?
Esto sucedió históricamente porque la inflación siempre superó a las tasas de interés y en el fondo era un buen negocio para el tarjetahabiente porque su cuota se hacía cada vez menos onerosa, para las empresas porque vendían más por ser en cuotas, y para los bancos porque obtenían pingues beneficios del Estado más los intereses ocultos dentro de los planes de financiación otorgados. Nadie trabaja gratis en este mundo.
Ahora bien, ¿qué hacemos ahora con la transparencia de precios? 
Para no pecar de ingenuos, lo ideal sería que bajen los precios de contado al quitarles la carga de los intereses escondidos por la financiación mentirosa; y que a partir de esto se aplique el interés de plaza otorgado por cada entidad financiera en caso de que el comprador quiera pagar en cuotas. Esto sería verdaderamente transparentar los precios.  
En nuestro sector la situación no es muy diferente, se destaca la incertidumbre en las agencias de viajes y la baja en los precios de contado no se ha manifestado todavía.
Lo curioso es que sabiendo con antelación la fecha de inicio de esta medida, la decisión, de aggiornar o no los precios, en todos los casos, es de los empresarios vernáculos y en turismo específicamente la inacción se verá traducida rápidamente en falta de ventas.
Aunque parezca políticamente incorrecto, valga la aclaración para aquellos que más luego reclaman por su supervivencia, y dejan pasar oportunidades que los perjudican tan sólo por no hacer.