Años atrás expresábamos desde esta columna la injusticia que significaba que LAN ingresara al mercado aerocomercial argentino por la puerta de servicio, y el tiempo nos ha dado la razón.
Corría el año 2005 cuando LAN Argentina aterrizaba en nuestro país durante el mandato del entonces presidente Néstor Kirchner. En aquel momento la aerolínea SW daba claras muestras de su debilidad empresarial, y el entramado aéreo argentino pedía a gritos el arribo de más vuelos para abastecer una demanda insatisfecha.
En ese contexto LAN negocia con el gobierno nacional condiciones operativas que le permiten comenzar una operación de bajo riesgo, y altamente competitiva, por la calidad de sus servicios y las modernas aeronaves que se incorporaban a los cielos argentinos. Era justo y necesario.
Mientras tanto, el Grupo Marsans sufría las inclemencias gremiales y comenzaba lentamente a transferir activos de Aerolíneas Argentinas a sus empresas en España, provocando un deterioro en la calidad de servicios que decantó en la estatización de la compañía en 2010.
Este panorama sin dudas favoreció la decisión gubernamental para que la aerolínea trasandina pudiera cumplir con su llegada al cabotaje argentino, sin embargo las prerrogativas que recibió no eran necesarias para una empresa de la jerarquía de LAN, porque ese era el camino a la puerta de servicio.
Hoy las condiciones de mercado cambiaron, y poner en igualdad de condiciones a todas las líneas aéreas que operan en nuestro país significa en algunos casos borrar con el codo lo que se escribió legítimamente allá por el 2005. 
LAN nunca necesitó privilegios o beneficios para volar en el cabotaje argentino, de la misma manera que Aerolíneas Argentinas no necesita que Intercargo, el ORSNA o la ANAC, intenten defenderla, vaya uno a saber de qué, para demostrar que sus servicios, aeronaves y destinos están a la altura de los estándares mundiales.
LAN y Aerolíneas Argentinas pueden convivir y competir sin necesidad de que funcionarios, más cristinistas que la propia presidenta, pretendan hacer valer innecesariamente un nacionalismo