Las teorías sobre el declive turístico de Gualeguaychú son varias y encienden la polémica. En el fondo, traslucen una sensación de inquietud y desazón ante una industria que luce sin el vigor de antes.

El cierre de la temporada 2016, a juzgar por lo que a primera vista se detecta en la opinión pública local, sugiere una profundización del deterioro del mentado modelo turístico.

Dos evidencias reflejan el malestar: mientras el Carnaval dejó de generar la plusvalía de antes, necesitando del apuntalamiento estatal para subsistir, las voces vecinales son cada vez más airadas contra los desbordes turísticos.

Por lo pronto, el emprendimiento gerenciado por los clubes parece haber entrado en zona de riesgo, ante la falta de rentabilidad. Como no repunta, en los últimos años se piden subsidios al Estado.

A la hora de explicar lo que sucede, aquí se aplica lo que en el fútbol donde cada hincha se convierte en un DT. En Gualeguaychú igual: todos creen saber de turismo.

Así, dentro del espectro de los que ponen el acento en la falta de profesionalismo en la gestión de la fiesta hay múltiples matices sobre cómo debería ser el management del Carnaval.

Ni hablar de la variedad de opiniones entre los que sostienen, como tesis de fondo, que todo es resultado de una mala política turística del municipio y de un entorno de servicios que no está a la altura del negocio.

También está la hipótesis de que el producto local ha dejado de tener la hegemonía de otros años (se multiplica en todos lados), y esto le ha restado exclusividad y con ello público.

Junto a la depresión del negocio, crece paralelamente cada verano una opinión vecinal contraria a la actividad, a raíz de los excesos y desbordes que protagonizan muchos visitantes, en su mayoría jóvenes que ven la plaza local como capital de la joda o de la fiesta descontrolada.

“¿Es éste el turismo que quiere Gualeguaychú?”, es la pregunta insistente de aquellos que, aunque  se atajan diciendo que no los anima ningún “moralismo”, sin embargo alegan que su deseo es que la ciudad no se convierta en tierra de desenfreno (especie de meca del sexo, la droga y el alcohol).

El desencanto sobre lo que sucede en el verano es tal que hasta la misma autoridad pública parece haber hecho suya esta preocupación vecinal, y estaría avanzando en una reformulación del negocio afirmando que se pretende un “turismo familiar”.

En su discurso ante el Concejo Deliberante, el intendente Martín Piaggio dijo que hacia allí apunta la política de su gobierno, y al mismo tiempo sostuvo que ello significa desarrollar “una oferta turística en función de ello”.

“Que el turismo que tengamos sea el que necesitamos, un turismo familiar nos permite una sana convivencia, y eso es lo que queremos”, sostuvo. El funcionario parece aceptar la regla de que la oferta crea la demanda.

Es decir, dependiendo del producto que se ofrezca, así será el público consumidor. Es el abecé del funcionamiento de cualquier mercado. Ahora bien, aspirar a un turismo familiar en Gualeguaychú genera interrogantes.

¿No es contradictorio ese ideal con la principal fiesta de verano en Gualeguaychú? ¿O acaso el exceso que se critica es independiente del Carnaval y del divertimento anexo a él?

Cabría especular, por caso, que el descontrol es parte inherente a ese evento. Si esto es así, ¿cómo se podría eliminar ese efecto indeseado sin afectar la “industria” que lo produce?