Los viajeros «de confianza» tendrían la opción de pagar 100 dólares  y someterse a un escrutinio previo de su «background» que no les eximiría totalmente de vigilancia, pero sí disminuiría apreciablemente los rigores de esta. Podrían pasar, por ejemplo, los controles sin necesidad de quitarse los zapatos o de sacar los ordenadores de sus fundas, según el «New York Times».
Por supuesto tampoco se enfrentarían ni a los temidos escáneres corporales ni a los desagradables cacheos manuales. De eso no está claro que se libraran los viajeros considerados «regulares», pero estos nunca pasarían una criba tan severa como la reservada para los viajeros «de riesgo», estos sí, observados con lupa uno por uno.
Sobre el papel, todo son ventajas: menos molestias para los viajeros, la mayoría de los cuales no constituyen ningún peligro, y más agilidad en los trámites. Y es que el reto de las autoridades es cómo hacer compatible la seguridad y la racionalidad de un transporte tan complicado como el aéreo, más cuando se trata de un transporte de masas.
Para hacer lo que de verdad habría que hacer para reducir los riesgos a cero, los aviones sólo podrían despegar y aterrizar con cuentagotas. Inviable. Hace tiempo que los expertos vienen advirtiendo de que no es posible parar a ciegas todas las amenazas y hay que aprender a detectarlas. Así se viene haciendo desde hace años en los aeropuertos israelíes, cuyos controles son mucho más precisos y personalizados de lo que se acostumbra en EE.UU. Allí se para a todo el mundo, en aluvión, y en realidad no