Una vez más la nieve argentina nos hace subir los calores.
Los reconocidos centros invernales autóctonos vuelven esta temporada a ser de los más caros del mundo, algo que no sólo es atribuible a que el dólar esté muy bajo en la paridad cambiaria.
La historia parece indicarnos que nunca aprenderemos la lección del más por menos.
Abaratar los centros de nieve significa generar ingresos constantes durante más tiempo, teniendo muy en cuenta a las altas y a las bajas, por supuesto. Pero sin ahuyentar al pasajero con precios que están muy lejos de los estándares de los centros invernales de Estados Unidos o de Europa y que tienen el valor agregado de estar en otro primer mundo, diferente al nuestro.
La política comercial de muchos empresarios que pretenden recaudar en días lo que debería llevarles meses, atenta claramente contra la sustentabilidad de algunos destinos de nieve aunque no es una idea exclusiva de estos. Tal vez sea un mal endémico de nuestra sociedad.
Lo cierto es que la pérdida de pasajeros se manifiesta cada temporada y no importa la promoción que desde los gobiernos provinciales o el INPROTUR se realice en el exterior, el ansia por querer salvarse con el turista extranjero es una tendencia que data de mucho tiempo atrás.
Así, los brasileros, por citar un ejemplo, este año han buscado destinos alternativos más tentadores tanto desde el lado de los costos como desde el lado de la previsibilidad; algo que las nieves argentinas no pueden darle desde hace ya algunos años, entre otras cosas porque las tarifas se dan a conocer muchas veces tarde y con aumentos impensados para otros mercados.
En el caso de Bariloche sea por cenizas volcánicas, gripe A o hantavirus, lo cierto es que muchos reclamos se escucharon y poco obtuvieron a cambio los empresarios brasileros.
En su momento se llegó a hablar de más de 130 vuelos chárters desde San Pablo a Bariloche, hoy son menos de 80, y eso no significa que hayan cancelado sus vacaciones, significa que decidieron cambiar de destino.
Este año los hermanos brasileros pusieron la mira en los centros invernales chilenos, en las playas de South Beach, o simplemente demoraron sus expectativas para subirse a un par de esquíes hasta el inicio de la temporada de Aspen o los Alpes.
Lo mismo sucede con el resto de Latinoamérica, donde el ansiado pasajero de alta gama deja de lado el romanticismo y prefiere no entrar en el delirio económico.
Es cierto que la paridad cambiaria no ayuda, pero lamentablemente no es menos cierto que los altos valores manejados por los centros invernales también repelen al turista argentino, que una vez más opta por vacacionar en el exterior porque él también recibe mucho más por menos.