Vivir en la burbuja
El debate se ha generado, y cerca de Suipacha 1111 se han escuchado voces que expresan un descontento importante en el Ejecutivo por los altos precios de venta de los servicios turísticos argentinos dentro y fuera del país.
Un indignado profesor de la carrera de Turismo en la UADE nos comentaba días atrás en Hotelga que un pasajero puede pasar una semana en uno de los mejores hoteles de Aruba a menos de cincuenta dólares por día con servicio all inclusive y que en nuestro país con eso no pagaba ni el alojamiento en un cuatro estrellas de Bariloche, Ushuaia, Calafate, Salta, Mendoza…
La percepción es que se está perdiendo la sustentabilidad del negocio, y por consiguiente, a aquellos pasajeros que supimos conseguir.
La reciente historia turística de nuestro país ha pasado por muy diferentes etapas en los últimos veinte años. Desde el todo a pulmón, hasta la categoría de destino exótico, pasando por ser uno de los países más caros del mundo hasta llegar a ser un país en liquidación, con tarifas de súper oferta.
La evolución de esas etapas siempre mostró una inclinación de los empresarios argentinos a aumentar las tarifas, porque sí o por las dudas, pero provocando siempre que los operadores de turismo receptivo recibieran de sus clientes en cualquier lugar del mundo la queja permanente por dichos incrementos.
De seguir esta tendencia, los números muestran que muchos servicios hoy están más caros que en 2001, año que aún nos encontraba con una economía dolarizada, y entre los países más caros para el turista.
La novedad es que, en aquella oportunidad, los hoteles y prestadores de servicios turísticos no sabían qué hacer con sus camas y sus micros, y hoy trabajan casi todo el año con un factor de ocupación promedio superior al setenta por ciento, con lo cual los números parecen darles la razón.
Sin embargo la aspiración de recibir contingentes extranjeros se comienza a reducir cuando aparecen países como México o Brasil presentando propuestas más atractivas, a menor costo y duraderas en el tiempo; y ni que hablar del pasajero autóctono que vuelve a disfrutar de las mieles de los vuelos chárters a destinos que se mantienen latentes en su memoria.
Entendemos que los números del INDEC K no corresponden con los bolsillos de los argentinos, pero el turista y los empresarios turísticos extranjeros no entienden cómo un país que pretende ser anfitrión, no tenga una política de precios que les permita proyectar a largo plazo; y nosotros no entendemos que la actividad privada no se dé cuenta que una vez más vive en una burbuja.
por Manuel Sierra
[email protected]