En distintos países ofrecen insólitos tours para vivir la pobreza. Argentina no es la excepción. Cuando María Antonieta quería escapar de las presiones de la vida de la corte, se retiraba a su pintoresca Aldea de la Reina, donde ella y sus invitados podían lucir sus mejores ropas de campesinos y fingir ser pobres. Un siglo después, los londinenses más a la moda llevaron esa fantasía de indigencia a un nuevo extremo: visitas nocturnas a las barriadas del este de la ciudad, donde podían mirar boquiabiertos a las señoras de la noche. Allí fue donde acuñaron el término "villerear".

Ese pasatiempo de clase finalmente cruzó el Atlántico, y más temprano que tarde los personajes de la sociedad neoyorquina ya estaban deambulando por la calle Bowery en busca de fumaderos de opio y aventuras de bajo fondo.
En aquel entonces, el turismo villero era una especie de diversión improvisada y espontánea.Ahora se ha vuelto un destino vacacional con pensión completa. El turismo de villas del siglo XXI es un recuerdo lejano de las excursiones a los callejones de antaño. Por un precio justo, los viajeros entendidos podrán experimentar de primera mano cómo viven los más pobres de los pobres, sin siquiera tener que sacrificar sus comodidades del Primer Mundo.

El "Villa Tour" argentino
Recorrer las villas de la Capital con turistas es una experiencia que en Buenos Aires cobró notoriedad en 2005, cuando muchos viajeros del exterior hacían un tour guiado por la villa 20, en Villa Lugano, con "choripán" incluido.
Allí, en las 28 manzanas encajadas entre los monobloques de Lugano y la avenida Escalada, se realizaban lo que se denominó "tours de realidad", una tendencia de moda en muchos lugares del mundo que consiste en mostrar a los extranjeros el lado oscuro de ciudad: los suburbios y las zonas rojas.
El ideólogo fue Martín Roisi, dueño de Tour Experience, y que cobraba unos 60 dólares por persona para hacer la recorrida por las calles de las villas. Dinero que en casi su totalidad quedaba para los habitantes del barrio, que acompañaban a los viajeros durante el trayecto para darles seguridad y hasta les vendían choripanes.
Hoy en la villa 31 ocurre algo similar: sociólogos, periodistas y economistas de otros países suelen pagar para recorrer en compañía de los vecinos este predio, donde habitan más de 26.000 personas. "Vienen de todas partes del mundo y hacen documentales de cómo se vive acá y muestran cuáles son las costumbres. También se ven turistas, pero que sacan fotos desde fuera de la villa o desde la Terminal de Omnibus de Retiro. Nadie se anima a entrar a recorrerla solo", dijo "Chacho" Mendoza, un referente de manzana.
Además, en Buenos Aires hay excursiones que muestran cómo funcionan los piquetes, mientras que los guías que trabajan en el bus turístico porteño también explican en sus exposiciones el trabajo de los cartoneros o la situación de los sin techo que viven en alguna plaza.
Años atrás había incluso una agencia que organizaba un recorrido por la zona roja de la ciudad, entonces instalada en El Rosedal, que se denominaba "Trava tour" y que implicaba mostrar el mundo travesti de Buenos Aires.
Esto ocurre, también, en otras ciudades del mundo: en Río de Janeiro, las agencias se disputan las excursiones a la Rocinha, su favela más grande y famosa. Guardias de seguridad y traductores acompañan a cada tour, que en general se realizan durante la noche. La industria se ha desarrollado tanto, que dentro de la favela funcionan colonias de artesanos que viven de la venta de suvenires a extranjeros. Otro punto donde sucede esto es en Sudáfrica, donde se organizan excursiones a barrios marginales. Las tragedias nacionales también venden.

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