Calles nostálgicas
Los nombres de muchas calles en México son como un repaso por los nombres de los héroes de la historia nacional, pero no siempre hay una relación entre el libertador Miguel Hidalgo, o el revolucionario, Aquiles Serdán y la paisajística que se desarrolla sobre la calle que porta su nombre.
En Puerto Vallarta hay una calle que empieza con el nombre de un insurgente: Vicente Guerrero y termina con el de un emperador azteca, Cuauhtémoc. Es una calle donde hay comercios, restaurantes y casas habitación, pero en su parte donde empieza el bautizo prehispánico, la panorámica da el mismo vuelco que los trescientos años que transcurren entre la caída de la gran Tenochtitlán y la independencia de México.
En la Guerrero es posible degustar en un sofisticado ambiente cosmopolita, manjares deliciosos en uno de los restaurantes Five Diamond Awards que tiene la ciudad; hospedarse en un hotel escuela, o, unos pasos más adelante, ingresar donde los jóvenes, artistas e intelectuales se dan cita para escuchar buen jazz.
También se puede degustar una pizza de horno con sabor a cebolla y caramelo, o alcaparras con salmón. La transformación de la Guerrero hacia la Cuauhtémoc, se inicia cuando la calle hace un pequeño quiebre en una esquina, y hay que doblar hacia la izquierda para continuar con el camino del último tlatoani.
Al abandonar la Guerrero, se deja atrás un Vallarta urbano, y en menos de 6 minutos del centro de la ciudad, empieza un camino digno del nombre Cuauhtémoc que significa: el águila que desciende. El águila entre los aztecas, como en muchas culturas, siempre fue reverenciada por su grandeza y majestuosidad, representante de la fuerza y la libertad.
El águila es parte del mito fundacional de los aztecas y es el símbolo más representativo de México al ocupar el corazón de la bandera nacional. En la milicia azteca, la clase especial de más alto rango era el guerrero águila, y sus dioses estaban representados por jaguares, águilas y serpientes. El emperador Cuauhtémoc cargó con su premonitorio nombre. Se convirtió en una especie de dios llegando al plano terrenal que aguantó el tormento de la quema de pies por parte de Cortés, sin revelar el secreto del supuesto oro escondido que tanto codiciaban los conquistadores.
Cuauhtémoc, el último emperador azteca, es un nombre nostálgico para los mexicanos, porque habla de la fortaleza inquebrantable, de la nobleza de espíritu de una estirpe en extinción. Habla de la culminación de una cultura y el doloroso nacimiento de una nación.
A la Cuauhtémoc de Vallarta, llegan los que están anhelando descubrir algo más. También se puede acceder por un paso de reciente creación: el Puente de la Iguana, que conecta el río Cuale con la zona alta del centro. El puente alcanza una considerable altura, la suficiente para ofrecer una panorámica interesante desde otro ángulo de la ciudad. La naturaleza que rodea la zona es muy especial por su ubicación, geográficamente envidiable. La calle Cuauhtémoc de Puerto Vallarta se yergue orgullosa entre las faldas de una colina y el costado de un río. Rodeada por recodos y cañadas, guarda un sabor que transporta a los añorados tiempos idos. Conserva el sabor de la nostalgia, pero también la huella de dos culturas. Se encuentra en la zona denominada Gringo Gulch por la presencia de los numerosos extranjeros que allí residían –número que se incrementó radicalmente a partir de la filmación de "La noche de la iguana" de John Huston- . Tiene colindancia con la Colonia El Cerro donde radican muchos vallartenses.
Las construcciones han respetado el estilo pueblerino y allí se vive diferente. La callecita está en las márgenes del Río Cuale. El mismo divide a la ciudad en el mero corazón de su traza y ha sido fiel testigo de la historia de Puerto Vallarta. Un río que es isla, es paseo, es parque, es vida, es cultura, es nutriente, es paisaje y es puente. Puede recorrerse a pie desde los años setenta que fuera canalizado. En sus islotes integrados con pavimento, en una especie de avenida atrincherada bajo una exuberante vegetación ribereña, hospedan artesanías, restaurantes, barcitos, un museo y el Centro Cultural Cuale. Su magia es tal, que cuenta una leyenda que quien bebe agua del Cuale, se queda a vivir en Vallarta para siempre.
La calle Cuauhtémoc tiene una pequeña bifurcación donde se desprende el callejón Cuauhtémoc, un reducto íntimo todavía más romántico. Caminar sobre su empedrado se vuelve toda una experiencia sensorial que nos remonta a un espacio que parece la cuna donde plácidamente se mece el tiempo. El callejón no es muy extenso, pero no hace falta que tenga más, porque la dimensión es la justa para transportarse a ese estadio tan privilegiado de vivir Puerto Vallarta a plenitud.
Allí se respira el aire del pueblito que todavía no se deja conquistar por las grandes moles de cemento. Sus residentes, mexicanos o extranjeros, han tomado ambos barrios (Gringo Gulch y El Cerro) como propios. Por las noches todavía es posible ver algunos habitantes jugar lotería mexicana, una especie de bingo pero mucho más divertido, porque en la lotería mexicana, los 54 elementos que la componen son parte de la vida cotidiana. El sol, el árbol, la luna, la dama, el diablito, el borracho o el catrín. A cada carta le acompaña un verso que hay que saber recitar: la sirena, "con los cantos de sirena no te vayas a marear"; el mundo, "este mundo es una bola y nosotros un balón"; la corona, "el sombrero de los reyes".
Curiosamente en Puerto Vallarta, la corona no es de rey, sino de emperatriz; pues se dice que la emblemática corona de la Parroquia de Guadalupe, que es posible divisar casi desde todos los puntos cardinales, particularmente desde la parte alta de esta zona, es una réplica de la corona de Carlota, la esposa de Maximiliano, emperador de México entre 1864 y 1867.
En la esquina donde se sube para llegar a Zaragoza, encontramos a doña Carolina y doña Tere quienes nos platicaron que en el vecindario hay mucho optimismo porque parece que la icónica Casa Kimberley, donde vivían Liz y Richard, hoy a media construcción por problemas de suelo y altura, finalmente ha tenido un destino: la convertirán en un hotel boutique.
Su cercanía con esta calle llamada Cuauhtémoc, como en una conexión casi mística con el último emperador azteca, es un sitio de ensueño muy visitado por turistas quienes se preguntan por qué el nido de amor de Richard Burton y Elizabeth Taylor hoy luce muy alejado de sus años de esplendor. Para fortuna de los vallartenses, allí está la Cuauhtémoc, la calle que resguarda al guerrero águila y luce espléndida su señorío de pueblo, al igual que sus aledañas, Zaragoza, Emilio Carranza, Iturbide, Matamoros, Callejón de los Tanques, Galeana, Mina y Miramar.
Son las joyas de esta corona del pacífico mexicano donde cohabita la modernidad con lo tradicional. Indudable que Puerto Vallarta es reconocido por sus espectaculares puestas de sol y por sus rincones como la Calle Cuauhtémoc, donde el tiempo simplemente transcurre bajo otro rigor.