No hay que ser ingeniero, profesor de física o un ávido lector de notas científicas para entretenerse en Tecnópolis. Ni tener 70 años o sólo 5. El inmenso predio de 50 manzanas pegado a la Capital Federal convocó en su primera semana de apertura a casi medio millón de visitantes. La llamada "feria de ciencias, artes y tecnología" fue concebida como parte de los festejos conmemorativos del Bicentenario.
Tecnópolis fue dividida en cinco continentes temáticos (Tierra, Aire, Agua, Fuego e Imaginación). Recorrerlos a fondo, ya se avisa, demanda más de un día y no menos de cinco horas por jornada. Al entrar nomás, el visitante se encuentra con un anticipo del maravilloso mundo que le espera: una réplica del satélite SAC-D Aquarius, hecho por la Conae (Comisión Nacional de Actividades Espaciales) y la NASA, lanzado al espacio en junio pasado.
Uno de los jóvenes que reparten los planos de la feria, aconseja: "De noche se pone más lindo", y hace referencia a la iluminación del parque (800 luminarias led de bajo consumo) y a los juegos lumínicos con láser. Tecnópolis cierra a las 21 pero a las 18 las luces de colores empiezan a dominar la feria.
Silvina Pérez Álvarez, 33 años, nació en San Luis y estudió Diseño Industrial en Mendoza, donde vive hace 15 años. Ella es quien explica a grupos de 20 personas qué es "el planetario para ciegos". Se trata de una idea de la mendocina y doctora en astronomía, Beatriz García, directora del Itedam (Instituto de Tecnologías y Detección de Astropartículas de Mendoza). "Creo que es único en el mundo. Existen maquetas para no videntes que reconstruyen constelaciones pero no algo como esto", explicó Silvina.
Este curioso planetario consta de una bóveda que recrea "una noche de mayo en el hemisferio sur, con las constelaciones de Orión y Escorpio", contó Silvina. Con luces tipo led, las estrellas están dibujadas en esa bóveda de dos metros de alto, que una persona levantando sus manos puede tocar. Una cinta va describiendo ese cielo recreado.
El planetario está dentro de la carpa del prestigioso Observatorio Pierre Auger, el emprendimiento científico conjunto entre 17 países ubicado en Malargüe. El físico Diego Ravignani, 41 años, vive en Buenos Aires y es egresado del Instituto Balseiro. Viajar a Malargüe es una rutina para él.
"En 1998 estuve en el grupo que recorrió desde Bariloche hasta el Nihuil para ver cuál era el mejor lugar donde instalar el observatorio", recordó. Ravignani tiene frente a sí a 20 personas que lo escuchan hablar sobre rayos cósmicos. "Es increíble cómo a la gente le entusiasman los temas vinculados a la astronomía", dice asombrado. En Tecnópolis se exhibe uno de 1.600 detectores de rayos cósmicos del Pierre Auger.

Las atracciones
El ránking de visitas de la feria (que prometen volver a abrir el año próximo) hasta ahora lo encabeza "Hielos Continentales", espacio en el que se invita a recorrer "la Antártida y el campo de hielo patagónico". Sólo el domingo pasado pasaron por ahí 40 mil personas.
El simulador de vuelo de Aerolíneas Argentinas es otro atractivo, a juzgar por las largas colas que se ven. Se puede sentir la experiencia de manejar un avión. No es poco. El "túnel de la biodiversidad" también convoca por su curiosidad: a lo largo de un túnel de 30 metros, quien lo atraviesa experimenta calor, frío o humedad, de acuerdo a seis eco-regiones argentinas.
La calle Bernardo Houssay cruza la feria y por ella se llega a todos los pabellones. Cada tanto, desde los altoparlantes se anticipa a los visitantes el inicio de alguna actividad. El paseante jamás se aburrirá. En la caminata hacia los stands, se topará con artistas callejeros, algunos trepados a modernos zancos metálicos o con una murga itinerante. El grupo artístico Fuerza Bruta también improvisa números que pueden ocurrir en cualquier parte. Y prestar atención al programa: todos los días hay interesantes conferencias.
Grandes carteles destacan hitos científicos o industriales argentinos. Como el que cuenta la historia del Ford Taunus, que empezó a fabricarse en 1974 "con más del 90 por ciento de piezas nacionales".
Unas cuadras antes se exhibe el Pulqui, diseñado por el ingeniero aeronáutico francés Emile Dewoitine, con asistencia de un equipo totalmente argentino. Fue el primer avión a reacción industria argentina y puso al país entre las ocho naciones que fabricaron aeronaves de este tipo. El 9 de agosto de 1947 fue su primer vuelo pero tuvo una vida corta y se dejó de fabricar.
Si uno mira para el otro costado ve tres molinos de energía eólica; más allá, otra sorpresa: la increíble cápsula Fénix 2. La misma que sacó a los 33 trabajadores chilenos del fondo de una mina.
Los chicos siempre buscan dinosaurios y aquí también los tienen. Se exhibe el Tyrannotitan Chubutensis, que medía entre 12 y 14 metros de largo y pesaba 7 toneladas. Además pueden jugar a los paleontólogos en un arenero, usando las herramientas propias de estos científicos. En Nanomundo explican cómo es posible alcanzar a estudiar la mil millonésima parte de un metro. Los pequeños quedan prendados con los juegos interactivos.
Una inmensa edificación de 30 mil m2 corresponde al continente Imaginación. Entre otras novedades hay unos seis simuladores para pilotos de autos deportivos. La cola de gente es larga. "Unas mil personas por día", calcula Juan Pablo Villanueva, quien debe cerrar el paso a los vivos que quieren eludir la fila. Se trata de un software argentino de probada eficacia: el arrecifeño Agustín Canapino, campeón del TC, fue formado con estos simuladores.
Muy cerca de allí está el stand de Hanson Robotics, inteligencia artificial "made in USA". Allí está un androide con su rostro, barbudo y pelado. Hace gestos. Chicos que hablaron con él, al volver al día siguiente, se encontraban con que el robot los reconocía. ¡Por su nombre! Tan inteligente es que con unos pocos días en el país, ya aprendió algunas palabras en español. "No entiendo, pedile a mi team que aumente mi base de datos", le respondió a un señor.