El viajero cronista, (Marco Polo), abrió una de  las primeras picadas para avanzar en el campo del relato de lo vivenciado en sus poco conocidos recorridos. El viaje como aventura y riesgo fue dejando paso al recorrido más seguro y previsible; de las excursiones del turismo “estático” pasando, a finales del S. XX, al moderno turismo “activo”, con el viajero como protagonista y su satisfacción como consecuencia ideal. Las guías de viajes, ordenados catálogos cargados de mandatos acerca de lo que se debe ver o hacer, sustituyeron a aquellos textos de fantásticas, o sacrificadas aventuras. Este balance puede resultar nostálgico si no incorporamos y acreditamos a la evolución tecnológica, los aspectos positivos del progreso.

Tiempos de cambio
Si las mejoras en los medios de transporte mataron al viaje como odisea, redujeron, no sólo las distancias, sino también los peligros para los trotamundos. En un país tan extenso como el nuestro, las distancias, coaligadas con los lentos medios de transporte, se levantaron como formidables obstáculos para su integración social y nacional. El espacio inabarcable se erigió en un condicionamiento severo para resolver esa doble integración.
Con todo, el país comenzó a hacerse “a pie”, o navegando sus ríos o el mar, luego a caballo, en carretas y diligencias. Un patriota llegó a Buenos Aires en 1810, reventando caballos, en ocho días. El tren permitió hacerlo cuarenta horas. Los primeros aviones en seis, y los actuales en poco más de hora y media.
Revolución
La revolución en los medios de transporte facilitó la organización del país, y la ocupación colonizadora del planeta. El espacio se contrajo; el territorio se hizo abarcable el tiempo histórico se aceleró. Hoy lo mundial se va pareciendo a lo local. La aldea global plantea, al mismo tiempo, la necesidad de insertarnos en ella y de aprovechar sus ventajas. Para dar un nuevo salto, tan grande como el que dimos hace 100 años cuando llegó el tren al extremo norte de nuestra geografía y términó así por definirnos territorialmente como Nación, sostenía  Emilio Perina. Hoy la nueva realidad en el Bicentenario, nos veremos obligados a organizar la oferta de venta particularmente en lo micro y macro por “productos” (atractivos más servicios).
El avión en un país cuyos atractivos más competitivos están a más de 1000 km entre sí, es el ineludible medio de transporte, que con una equilibrada política de conexiones aéreas, hoy se va perfilando bien con empresas privadas, confiables y una línea de bandera, cuyo equilibrio ideal, tiene que darse en las cuentas grandes del viaje y el turismo, no en la cuenta chica (propio de los privados, que no tienen en su objetivo vital, -el bien común-).
Argentina es la marca territorial que debemos entre todos potenciar, y Argentina y regiones (caso Patagonia; Norte; Cuyo, las Pampas), es el énfasis  que debemos poner -siempre-, para llegar a ser un producto deseado, que se sume a la América del sur y consagrado en el