La semana pasada, un día cualquiera, nos levantamos y nos dijeron que a partir del 15 de agosto no existirían más los precios mínimos fijados por el Estado argentino en las tarifas aéreas.  

Instantáneamente el inconsciente colectivo autóctono comenzó a felicitar la decisión regodeándose con la idea de poder viajar a lo largo y a lo ancho de nuestro gran país pagando cifras irrisorias, como sucede en Europa o Estados Unidos de Norteamérica. ¡Ja! Ni lo piensen.

La audaz medida tomada por el Ministerio de Transporte, más allá de lo innecesaria con un dólar a 30 pesos, es políticamente incorrecta y tal vez esté impulsada por la necesidad de mostrar al mundo que pretendemos formar parte de aquellos países donde el libre mercado se regula solo. 

Lamentablemente olvidaron que en nuestro país aún existe una línea aérea estatal que no puede competir con las mismas armas que una empresa privada. No porque no pueda, sino porque forma parte de este Estado, y no puede reducir rutas de acuerdo a su rentabilidad como quisiera. 

Por el contrario, Aerolíneas Argentinas y Austral están obligadas a brindar un servicio que cumpla un rol social con aquellos destinos a los que sólo una empresa pública debe ir.

Además, la falta de una supervisión efectiva que hoy muestra el organismo de control, ANAC, pone en evidencia, una vez más, que la infraestructura en nuestro país no está preparada para el promisorio futuro que nos augura el Ministro Dietrich.

Las aerolíneas low cost basan sus operaciones en algunos pilares fundamentales a saber, aeronaves muy modernas, bajos costos operativos, pocos empleados y aviones mucho tiempo en el aire; lo que supone pilotos y tripulaciones con menos horas de descanso.

Es en este punto donde el Estado argentino presenta su talón de Aquiles, ya que las áreas de control nunca fueron todo lo estrictas que deberían ser con el transporte aéreo, terrestre, marítimo o fluvial.

Exámenes médicos comprobables a los pilotos, controlar los tiempos de descanso, más obras de infraestructura de las que se están realizando, mejorar los sistemas de radarizacion y comunicaciones, crear aeropuertos secundarios, son sólo algunos de los puntos que se encuentran en el debe de esta ecuación de la Revolución de los Aviones, que sin dudas es bienvenida, pero que seguimos sosteniendo que es demasiado desprolija y sin un plan atrás que la sustente. 

En definitiva, no sólo de buenas noticias vive el hombre común, tambien necesita que esas buenas noticias sean tangibles y sustentables en el tiempo.