Para los que pertenecemos a la generación de los Baby Boomers o algo más, nuestra adolescencia tuvo un quiebre importante: ser testigos de la única guerra en la que la Argentina participó en el Siglo XX, la de las Islas Malvinas, aunque los muy puristas puedan argumentar que cinco meses antes de la finalización de la 2da Guerra Mundial dejamos de ser un “país neutral” para ponernos del lado de los Aliados. Nunca habíamos entrado en combate en aquel entonces, pero bueno...

El 2 de abril de 1982 será inolvidable para toda una generación de argentinos, le hicimos frente al Imperio británico y su flota Real.

Con un oído y con un ojo los argentinos prestábamos atención a los comunicados del Comando en Jefe de las Fuerzas Armadas que nos informaban por radio y television los avances de nuestras tropas en el Atlántico Sur, y con el otro ojo y oído padecíamos las contingencias de la selección argentina de fútbol en el Mundial de España. Triste pero real, fue lo que sucedió. Fútbol y guerra, una mezcla tan bizarra como los gobiernos de facto.

El 26 de marzo pasado muchas de esas emociones volvieron a la superficie. Fue cuando dos aviones argentinos aterrizaron en el famoso aeródromo militar de Mount Pleasant llevando 214 familiares de soldados caídos en aquel acto fallido por recuperar las islas.

Ya antes, en 1991 y bajo el amparo de la Cruz Roja Internacional, una misión argentina había llegado por primera vez a las islas, y hubo algunos más, pero este viaje fue muy diferente, porque permitía cerrar un capítulo, saber dónde estaban enterrados los seres queridos de 90 de las 127 tumbas que se identificaban hasta ahora como “NN”.

Las imágenes de los privilegiados testigos que muestran cómo se abrazaban a las cruces, o ponían mensajes sobre las placas de mármol negro, o dejaban un poncho, un rosario o una carta fueron emocionantes, porque estaban reencontrándose con el hijo, el hermano o el padre que quedó lejos y solo por más de 36 años.

A pesar de todo hubo hechos controvertidos en esta travesía, como por ejemplo que la compañía argentina que los transportó no pudo llevar sus mejores aviones porque los Boeing 737-8 tenían pintada la bandera argentina en sus winglets, y para no herir susceptibilidades en los isleños, nadie podía portar la enseña patria, ni siquiera los aviones. Por eso tuvieron que volar en los siempre confiables MacDonnell Douglas MD-83.

Más allá de ese dato anecdótico el 26 de marzo de 2018 quedará en la memoria por muchas razones, y somos muchos los que lamentamos el no haber podido ser parte de ese momento histórico para apoyar a los 214 familiares y honrar la memoria de los 237 héroes que moran en nuestras Islas Malvinas.