Todos sabemos que en la industria turística se manejan códigos que no están escritos en ningún lado. Algunos son producto de la camaradería, otros del oportunismo.
De todos ellos hay uno que se destaca a la hora en que se debe medir con una vara muy fina los límites entre el bien y el mal, entre lo que salió mal y lo que fue hecho mal, entre perder porque no dio el negocio y aprovechar la oportunidad, total no pasa nada.
Es la miopía comercial oportunista. El mirar para otro lado, total a mí no me perjudica. El no te metás porque no vas a cambiar nada.
Como muchas veces hemos dicho desde esta columna, nadie está exento de salir perdidoso en un negocio y eso no significa ser un delicuente. Simplemente salió mal un negocio.
Nadie se debe ocultar por ello, ni sentir vergüenza si obró de buena fe.
Nuestra propia editorial sufrió los embates de la economía argentina en 2002 y nunca dejamos de frecuentar los mismos lugares que nos vieron crecer.
A pesar de ello, algún colega se jactó en su momento de que la condición económica de la empresa no hacía viable nuestra participación en determinados comités y pidió que nos dejen afuera por temor a desprestigiarlos.
Días atrás vimos una noticia en el mismo medio colega -sin temor a desprestigiarse- que cuenta el reingreso al mercado turístico argentino de un empresario que en alguna oportunidad se jactó de no necesitar ningún seguro de cancelación para sus operaciones porque su trayectoria era el aval suficiente para todos sus pasajeros.
Es el mismo empresario que poco tiempo después de tan pomposa declaración de principios cerró su empresa sin dar explicaciones y dejó millonarias deudas en el exterior, algunos pasajeros en problemas y a muchos empleados -con tantos años de antigüedad como trayectoria tenía la empresa- con un simple mensaje en la puerta de sus oficinas para que se comuniquen con el abogado que nunca les liquidaría los haberes correspondientes.
Muchos de sus colegas de antaño, que conocen muy bien lo sucedido, hoy lo critican por lo bajo y le sonríen cuando lo encuentran en la calle o en algún evento esperando ver qué negocio pueden hacer.
Es la miopía comercial oportunista. El mirar para otro lado total a mí no me perjudica. El no te metás porque no vas a cambiar nada.
Otros se preguntan cómo es posible que vuelva y tratan de no encontrarlo para no escuchar explicaciones que saben que no los convencerán.
Lo traumático es que esta práctica, tan común en los empresarios del sector, se da todos los días mientras al mismo tiempo se rasgan las vestiduras pidiendo reglas claras, transparencia e igualdad de condiciones.
Cómo resolver el paradigma si son incapaces de medir con una vara muy fina los límites entre el bien y el mal?
Un amigo me preguntó qué haría si este empresario me pidiera comprar un espacio publicitario en nuestras publicaciones y por un momento el instinto comercial prevaleció por sobre la cordura. Por supuesto que le vendería, le dije con algo de culpa. Pero fue solo un momento.
Todos nos merecemos una industria turística con reglas claras, transparencia e igualdad de condiciones, pero debemos empezar a hacerla cada uno de nosotros y asumir las c