Cuatro días de música baile y extravagancia fueron vividos por todos los panameños y los turistas que los visitaron en el marco de la celebración de los tradicionales carnavales: allí se unieron españoles, indígenas, caribeños, franceses, estadounidenses, europeos y orientales.
La principal celebración anual del país centroamericano mezcla la alegría de carnavales como el brasileño con las expresiones autóctonas del singular folklore panameño. En ese país las carrozas vienen acompañadas de bellas damas engalanadas con el costoso e impactante vestido nacional que se mueven al ritmo de la música de las murgas y sonidos de trombones, trompetas, bombos y redoblantes acompañados de guitarras de cinco cuerdas, acordeones, violines de tres cuerdas, cajas, bongoes e instrumentos precolombinos como las chirucas o güiros y las maracas.
Así, el Carnaval se convierte en una selección única de ritmos que cruzan todo el espectro musical desde el baile nacional de Panamá: el Tamborito -cuyo ancestro es la contradanza del “Paseo” Español- hasta la salsa y el reggae, pasando por la cumbia y el merengue.
El punto más atractivo y que más turistas convoca se da en la Península de Azuero, la cual comprende las provincias de Herrera, Los Santos y parte de Veraguas.
En el día las plazas centrales hormiguean con gente y enormes carros cisternas que arrojan agua a los transeúntes y por la noche, las vistosas carrozas que pasean a las reinas y princesas de las fiestas se mueven lentamente a través de la muchedumbre bajo una lluvia de juegos pirotécnicos y la eterna m&