Esta milenaria manifestación popular fue introducida por los españoles en América donde se fusionó con rituales autóctonos destinados a celebrar la fecundidad de la tierra, más que nada en las zonas rurales.
El Carnaval es simbolizado por un muñeco en forma de diablo que se desentierra de una apacheta de piedra o de un lugar mágico, mientras los celebrantes brindan y bailan al compás de la música de anatas, erquenchos y sikuris; luego formados en comparsas, recorren las calles del pueblo contagiando a todos su bulliciosa alegría. El principal protagonista, el Diablo del Carnaval también llamado “el Coludo”, vuelto a la vida por jujeños anónimos calzados con coloridos trajes durante los cuatro días que dura “la fiesta de la Quebrada”, bautizada así por Edmundo Saldívar (h) en su carnavalito “El Humahuaqueño”.
Esta fiesta tiene un prólogo particular y divertido, ya que los dos jueves anteriores, se juntan primero los Compadres a celebrar el reencuentro luego de un año de ardua labor y a la semana siguiente es el turno de las Comadres que durante la reunión se cuentan todas las “cuitas” familiares en un entorno de alegría y ayudados por la chicha y alguna otra bebida espirituosa, los diálogos se dan en animadas copleadas. Cuando llega el sábado, primer día del Carnaval, se juntan en el mojón elegido y adornado con chalas y serpentinas para desenterrar de una Apacheta de piedra al Coludo. Bailando al compás de la música los grupos danzan por las calles del pueblo y a cumplir con las invitaciones de los fortines. Así continúa hasta el martes cuando comienza la despedida del Carnaval, manifestada con llanto. Llega el momento de enterrar al Mandinga hasta el próxim