Año de elecciones. Alta inflación. Dólar por las nubes. Un panorama económico que no pinta para ser el mejor. Las tarifas de combustibles, los servicios de gas y electricidad aumentan sin consideración de personas físicas o jurídicas. Lo mismo con los pasajes de trenes, micros y subtes. El gobierno busca un equilibrio que se le hace esquivo, y en el mientras tanto los argentinos continúan buscando su destino.  

La actividad turística no es ajena a la cruda realidad que vivimos día a día, y a la pronunciada baja de los viajes al exterior, que afecta seriamente a las agencias de viajes y operadores mayoristas, se le suma el incremento de pasajeros llegados del exterior, que en buena medida intentan nivelar las arcas, pero al país no le alcanza, y a la actividad menos aún.    

La divergencia por la ocupación hotelera es sólo un motivo de discusión cuando la situación económica obliga a mirar los números finos con una lupa, ya que en condiciones normales de país esa misma discusión sería sólo una anécdota. 

Es muy difícil no cargar las tintas en la situación económica que atraviesa el país, bastante similar sin dudas al 2001/2002, pero con mucho menos riesgo de las cuasi monedas que supimos sufrir, el corralito que padecimos o la devaluación asimétrica planteada en aquel entonces. 

Sin embargo no deja de ser preocupante la caída en el consumo del hombre común, que en definitiva también afecta a la actividad turística. Una actividad tan transversal como ninguna otra y que se empeña en seguir generando puestos de trabajo o al menos de conservarlos. 

Como alguna vez se dijo “a este país lo arreglamos entre todos o no lo arregla nadie”. 

Cuatro años después parecería ser que la grieta entre los argentinos es cada vez más grande y la posibilidad de que lo arreglemos entre todos está cada vez más lejos.