Durante los días 1 y 2 de noviembre se realizará en todo México la celebración por el Día de los Muertos, una tradición que conserva la influencia prehispánica y la traslada al siglo XXI.
De acuerdo a las creencias de antiguas civilizaciones, Mictlán es el lugar adonde continúan viviendo los espíritus cuando las personas abandonan el mundo terrenal.
En la actualidad esta celebración une la ferviente devoción cristiana que se respira a cada paso en territorio mexicano con las creencias previas a la llegada de los españoles. El 1º de noviembre se honra la memoria de las almas de los niños, mientras que el 2 es el turno de las almas de los adultos.
Si bien cada pueblo del país tiene maneras diversas de celebrar este día, ya sea en los cementerios o en las casas, todos tienen la misma finalidad: recibir y alimentar a los invitados que vienen del otro mundo.
Una de las tradiciones más arraigadas de esta conmemoración es el altar-ofrenda: un rito respetuoso a la memoria de los muertos con el propósito de guiar a los espíritus hacia su última morada. Estos difuntos, regresan ese día a convivir con sus familiares, y, por eso, se les regalan los alimentos y objetos preferidos durante su vida terrena.
La característica de estos festejos no tiene nada de triste, ni de macabro (como propone la fiesta sajona de Halloween).
En el altar no deben faltar las representaciones de los cuatro elementos primordiales de la naturaleza: tierra (representada por sus frutos que alimentan a las ánimas con sus aromas), viento (simbolizado mediante la presencia de papel picado generalmente), agua (un recipiente para que las ánimas calmen su sed después del largo camino que recorrieron para llegar al altar) y fuego (una vela por cada alma que se recuerde y uno por el alma olvidada). Además los asistentes colocan retratos de sus seres queridos y además queman incienso en brace