El pueblo presenció incrédulo las discusiones planteadas en el Congreso de la Nación la semana pasada. Incrédulo por desacostumbramiento. Incrédulo por la necesidad de volver a creer en las instituciones. Incrédulo porque se sintió partícipe. No importa si a favor o en contra, sabe que no fue indiferente y es suficiente.
Con algunos discursos de gran factura entre los senadores, la discusión por la famosa Resolución 125 excedía en muchas oportunidades a los problemas del campo y mostraba la dura realidad que están viviendo algunas economías regionales por la recesión que sufrieron muchas ciudades del interior del país.
Tan grande es la recesión que se vive en algunas provincias argentinas, que no se pudo disimular ni con la proximidad de las vacaciones de invierno.
Muchos planteos esgrimidos por los senadores hacían mención a la actividad del campo como el único recurso económico del país para salir de la crisis en que se vio sumido después de la triste huida del presidente De la Rúa del Gobierno, allá por 2001.
Muy pocos recordaron a la actividad turística como generadora de divisas y movilizadora de las economías de muchos pueblos que estaban prácticamente olvidados no sólo por los turistas autóctonos, sino también por los propios gobernadores provinciales que no conocieron la importancia del turismo hasta que los vieron desbordados y como fuente generadora de trabajo.
Si bien no era una ley de turismo la que estaba en discusión, es claro que a pesar de ser una de las actividades que más ha evolucionado en la economía de nuestro país, no está reconocida como tal por el hombre común y mucho menos por los políticos vernáculos, que no llegan a entender aun muy bien de qué se trata.
En gran medida son los propios integrantes de esta mal llamada industria sin chimeneas los verdaderos responsables de ese desconocimiento supino, por su escasa interacción con la realidad política del país.
A diferencia de las instituciones del campo que defendieron a capa y espada sus creencias, las instituciones del turismo no terminan de definir su rol de cara a los millones de pesos que se mueven a través del gasto directo e indirecto que genera el turismo en todo el país y lo que ello significa tanto para grandes ciudades como para pequeños pueblos.
Los dirigentes de la actividad deben empezar a ser protagonistas de su propio destino, sin temor a contradecir a los funcionarios de turno y entendiendo que de la discusión pueden salir las mejores ideas para hacer de la actividad turística una verdadera fortaleza económica para nuestro país.

Manuel Sierra
msierra@mens